La exposición 'Vamos a la Playa' se podrá visitar en el Museo del Pueblo de Asturias hasta final del verano

hace 8 años · Actualizado hace 8 años

Gijón

Con motivo de la llegada del verano el Museo del Pueblo de Asturias nos muestra hasta el 25 de septiembre una pequeña exposición en su espacio destinado a las últimas adquisiciones de su colección permanente.

La exposición consta de un sillón de playa de mimbre de principios del siglo XX, donado por Javier Gracia-Villalba Sotos, que se complementa con un traje de baño de mujer, hecho en fieltro de lana, de principios de la segunda década del siglo XX, que procede del concejo de Luarca para contextualizar como eran los veraneos y la playa en esta época en Asturias.

La corte española, que tradicionalmente había veraneado en los llamados “Sitios Reales”, se trasladó a la costa cantábrica en el siglo XIX. Los burgueses no tardaron en seguir su ejemplo. ¡Vamos! ¡Vamos todos a la playa! El ferrocarril, que comenzaba entonces a desarrollarse en España, la puso al alcance de los habitantes del interior. Pero no hay que olvidar que el baño de mar era, en sus comienzos, una actividad elitista. A mediados del siglo, la playa se había convertido en un espacio para ostentación y, el baño, con sus horarios, ropajes y comportamientos perfectamente regulados, era un elegante ritual que ofrecía la posibilidad de diferenciarse de las clases populares. Con el tiempo, se fueron desarrollando servicios para atender a las personas que, cada vez en mayor medida, acudían a la costa. Las playas comenzaron a contar con su propio mobiliario: hamacas, sillas, sombrillas, casetas e incluso aseos y vestuarios; toda una floreciente industria ideada para la comodidad del bañista.

En la actualidad, la piel bronceada está de moda, pero hasta hace poco tiempo la tez blanca se consideraba símbolo de estatus social. Las élites se distinguían así de las clases populares, con pieles morenas y deterioradas por los trabajos al aire libre, principalmente en el campo. En la playa, los trajes de baño ocultaban la mayor parte del cuerpo y las sombrillas lo protegían del sol. Durante un tiempo, ayudaron a ello estos sillones de mimbre con altos respaldos, que actuaban a modo de quitasoles y se alquilaban a precios económicos.

En los años veinte y treinta del siglo XX, los médicos, conocedores de los beneficios de los baños de sol, comenzaron a prescribirlos para combatir ciertas enfermedades, con lo que los negocios de alquiler de enseres de playa fueron decayendo y este curioso asiento desaparecido.
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